martes, 28 de octubre de 2014

Que te quiero, aunque estemos destinados a no ser

Y es que hace tiempo dejé de esperar, porque esperar te lleva a sentirte olvidado, a sentir la desesperación, el ahogo, el terror de que algo nunca llegue. Dejé de esperar cuando me di cuenta que no podía soportar ver una vez más como algo llegaba “tarde” otra vez, porque si dejaba de esperar cualquier tiempo iba a ser el correcto.
Siempre esperé más, esperé que me quisiera, que me escogiera a mí, que me llamara a mí, que me buscara a mí, pero nunca paré para pensar si era lo que me tocaba. Nunca paré para pensar cómo podía ser posible querer a dos personas al mismo tiempo pero de tan diferente manera.
Lo odié, le guardé odio en mi corazón, odio porque no soportaba asfixiarme cada vez que lo veía, que mis corazón se acelerara, que un simple toque suyo me hiciera olvidar todo lo que había hecho mal, que las lágrimas se me atoraran en la garganta cuando me daba cuenta  de su ausencia, odio porque me había mentido cuando dijo que me quería, odio por haberme buscado, por lastimarme cuando no tenía intención de quedarse conmigo, y finalmente le guardé odio porque había prometido no volver a sentirme así por nadie  nunca más.
Y entonces ahora me voy dando cuenta que sólo lo odié porque alguna vez lo quise lo suficiente para que todo lo que yo sentía por él me rompiera el alma y me hiciera odiarlo, pero ¿qué es el odio si no amor que no supo encontrar su destino? En ese momento lo entendí, él no me tocaba, tenía que dejar de esperarlo, porque eso fue lo que rompió mi alma, esperé algo de alguien que no podía dármelo, él me quería indudablemente y al igual que yo, probablemente no estaba listo para dejar ir, pero no estábamos hechos el uno para el otro. Fue mi amor, mi amor fugaz y probablemente siempre lo vaya a querer. “Lo voy a querer como se quieren ciertas cosas oscuras, secretamente entre la sombra y el alma” (P.Neruda).

“Y debo decir que confío plenamente en la casualidad de haberte conocido. Que nunca intentaré olvidarte, y que si lo hiciera, no lo conseguiría. Que me encanta mirarte y que te hago mío con solo verte de lejos. Que adoro tus lunares y tu pecho me parece el paraíso. Que no fuiste el amor de mi vida, ni de mis días, ni de mi momento. Pero que te quise, y que te quiero, aunque estemos destinados a no ser.” J. Córtazar.

lunes, 21 de julio de 2014

Yo

Me vi al espejo y entonces lo supe, no era hermosa, no era modelo de revista, ni tenía facciones perfectas, no era bella, nunca lo sería. 

Pero no fue algo que admití con tristeza, porque supongo que siempre lo supe, no a todos les toca ser bellos, no a todas les toca quebrar cuellos cuando entran a un bar, porque supongo que si fuera para todas entonces instantáneamente no sería para nadie, no habría distinción de belleza. 

Suspiré, pero por primera vez no me molestaba lo que había pensado. Había lidiado con mis ojeras toda mi vida, pero lo entendí, era la herencia que me había dejado mi mamá, ¿por qué no admitir que no soy ni voy a ser perfecta? que mi mamá me dejó sus ojeras, que a veces les contribuyo cuando leyendo un libro 
o saliendo de fiesta me desvelo...  

No soy bella, no tengo un six-pack marcado en mi abdomen, ni tetas para que los hombres se paren a verlas, mis ojos no son verdes y mi cabello es más bien una melena. 
Mi actitud no era de "señorita" y mis amigos me trataban como un "hermano" más. 

¿Cómo no lo había entendido antes? nada de eso importaba. No importa la circunstancia siempre había sido yo. La aprobación no viene de los demás, y la no belleza me permitió amarme a mi misma antes de creer que todos deben de aceptarme como una más de las "estelares". Me di cuenta que en este gran mundo nos regimos por las apariencias para escoger una pareja, pero se besa con los ojos cerrados, se tiene sexo con la luz apagada. 

"¿Si este mundo fuera ciego a cuantas personas impresionarías?"

No, no nací para que ustedes me vieran bella, nací para verme en el espejo y sabiendo que no soy bella sonreírme y sentirme feliz por ser quien soy. 

domingo, 20 de julio de 2014

De los pequeños detalles y la lluvia

Y fue aquí, bajo la lluvia, sentada en el asiento de atrás del carro leyendo mi libro mientras escuchaba a mis papás riendo y discutiendo lo que más les había gustado de la comida de ayer o de hoy, o tarareando canciones de Sabina, que me di cuenta que tengo la mejor vida del mundo. 

miércoles, 9 de julio de 2014

Nunca supe cómo vestirme:


Recuerdo muy bien cuando en mi primer año de colegio; siempre iba con el pelo amarrado en una cola y el uniforme me quedaba más grande de lo normal. Después de un tiempo hice un grupo de amigas, ellas ya estaban juntas desde la escuela, ¿y yo? Bueno, yo encajé perfecto en el lugar de la acompañante habitual de estudio que ellas necesitaban.

Una de ellas me enseñaba como maquillarme para esconder mis ojeras, la otra me enseñó a no maquillarme demasiado para no parecer muy interesada en lo que los demás pensaran, ambas me enseñaron la importancia de hacer "buenos amigos" y cómo más de 3 meses sin besar a alguien era una muerte en la vida social.

¿Y la tercera? La tercera se convirtió rápidamente en mi mejor amiga, nunca me impuso sus reglas, nunca me dijo cuanto maquillaje usar o cómo peinarme, nunca me habló de reglas de "novios o de besos", nunca me dijo que era más bonita lacia o colocha, nunca mencionó cómo mantener el interés de alguien, la otra me enseñó a mirar hacia el frente, a que muchas veces hacemos cosas para encajar, pero no necesitamos encajar, necesitamos simplemente ser quienes somos y alguien nos va a querer por eso, y que el 98% del tiempo cuando muchos nos quieren por algo que no somos, cuando dejemos ver lo mínimo de quien somos en realidad, la mayoría se va a dar la vuelta y nos va a abandonar.

Así es como crecí entonces, no me importa mucho el maquillaje, siempre me molestaron por tener el pelo indomable, como la melena de un león, nunca fui la más bonita de ningún grupo, ni tuve la cintura de Barbie o el abdomen de una modelo. Nunca aprendí a vestirme bien, nunca me gustaron los vestidos o las enaguas, me sentía más cómoda en jeans, camisetas y un par de tenis.

Quiero establecer que no por esto perdí mi feminidad, o me resigné a no tener novios o dar besos, he besado lo suficiente y he conocido a las personas correctas y también las equivocadas (MUY EQUIVOCADAS). Pero no por eso he dejado nunca de ser quien he sido.

No soporto la idea de tener que ser salvada por un príncipe azul, no soporto la idea de tener que enamorarme para vivir una vida feliz. No soporto la idea de un feminismo que intenta sobreponerse al machismo. Creo firmemente en que somos iguales hombres y mujeres. Creo firmemente en que uno no tiene más valor que el otro, creo firmemente en que los actos de coraje son igual de dignos y esperables de parte de un hombre como  lo son de una mujer.

Aprendí a amar mis ojeras, a salir al mundo sin una gota de maquillaje y ofrecer una sonrisa, aprendí a maquillarme también, a querer verme mejor una noche de vez en cuando, aprendí a amar a los que me rodean, porque uno nunca sabe cuando se dan la espalda, aprendí que existen pocos amigos, que existen muchos pequeños amores y aún no sé si, al menos para mí, existirá un gran amor más que el mío propio. Pero hasta entonces, creo que voy a lucir toda la ropa que nunca aprendí a combinar y bailar y cantar y reír, porque al final pulvis et umbra sumus.

lunes, 7 de julio de 2014

"A veces cuando no sé que hacer imagino que soy el personaje de algún libro..."

Una vez me dijeron que quien no escribe nunca de un libro después de haberlo leído, no había leído en su totalidad. En ese momento pensé: -Eso es sumamente estúpido. Pero después de darle vueltas al asunto durante un año, me he dado cuenta de que no lo es. Quizás no siempre escribimos apenas vamos leyendo nuestros libros, o quizás no los mencionamos en nuestros escritos o en lo que decimos día con día, pero de una cosa estoy segura, y es que si un libro no nos marca la vida entonces ahí podemos decir que no hemos leído. Siempre que escribimos, que hablamos, que caminamos, que vemos las formas de los árboles tratando de describirlas en nuestra mente, plasmando imágenes para mantener en la memoria, cada vez que hacemos eso lo hacemos en el lenguaje literario, bajo la influencia de Augustus Waters, Sydney Carton, Alex DeLarge o Jay Gatsby, siempre escribimos en función de lo que hemos leído alguna vez.
Yo me niego a creer rotundamente que los personajes de un libro son del autor, NO LO SON. Yo podría leerme El Principito mil y una vez e imaginármelo siempre de la misma manera que no es la misma manera en la que usted se lo imagina. Un autor simplemente plasma la historia que deben de seguir nuestros personajes, pero sus gestos, sus articulaciones, sus voces, su figura, eso es de nosotros los lectores, propiedad de nuestra imaginación y por tanto no importa si llegamos a la página 300 del libro donde se encuentra escrita la palabra: fin. Nos acompañarán a lo largo de nuestra travesía por la vida, porque habitan allí tal cual nosotros habitamos en el mundo que alguien más creó.


De la Soledad y Estar Solo

                En este mundo lleno de pesimistas estar solo se ha vuelto el peor síntoma de la tristeza, cuando alguien está solo, aprendemos a verlo como si estuviera en cuidados paliativos y su vida se redujera a la mísera idea de estar solo. Pero… ¿Qué significa realmente estar solo?
A mis 14 años aprendí lo que “no estar sólo” (para el pensamiento de un adolescente de esa edad) significaba. La vida no es tan hermosa a los 14 años ¿Saben? Sí, tenemos todo el mundo en nuestras manos, pero no nos dejan saborearlo, después de las 9 pm las calles se volvían peligrosas y una ida al cine te podía causar SIDA. Aun así una se atreve a “enamorarse”, pero cuando todo se nos ha prohibido el amor busca lugar en la rebeldía de un muchacho que parezca idealizar todo lo que aparece en las películas. No le voy a dar largas a esta historia, lo único que necesitan saber es que mi príncipe, que no era nada azul después de todo, se volvió en mi tormento y a mis 16 años de vida aprendí lo que significaba realmente estar solo.
                ¿Qué es verdaderamente “estar solo”? Para mí, estar solo no refleja tristeza alguna, ni nostalgia, ni desesperanza, y mucho menos lástima. Cuando se está solo es el momento en que no estamos con nadie más que nosotros mismos y nuestro cerebro entabla conversaciones a las que sólo nosotros podemos responder y los pensamientos van más rápido que las palabras, por lo tanto te encuentras en algún momento en el que has viajado por todo el mundo estando sentado en un mismo lugar y con la garganta seca porque no has hablado durante horas. Estar solo significa no esperar a ser salvado, no esperar que la vida gire en torno a conocer a un príncipe azul que nos haga princesas, estar solo significa comprender que todo eso puede nunca llegar, pero que si podemos amarnos a nosotros mismos y sentirnos cómodos con quienes somos…¿en realidad importa?

                Esto es muy diferente a “vivir en soledad”. La soledad nunca ha sido buena consejera, ha dicho siempre mi  mamá. Muchas veces dejamos que el mundo nos abandone aunque estamos en él y rodeados de él y es en ese momento en que perdemos contacto incluso con nosotros mismos, la soledad es el vacío que te hace despertar cada mañana con un grito atrapado en la garganta. Cuando estamos en soledad nos hemos abandonado como seres humanos, y es por eso que las personas tienen tanto miedo a estar solos, porque rara vez se dan cuenta de que la soledad es sólo un efecto colateral de la desesperación, y la desesperación un efecto colateral de no querer estar solo.

martes, 22 de abril de 2014

A lo efímero y nunca lo eterno, gracias.

En aquel tiempo éramos inmortales, infinitos, porque aún sabiendo que el final llegaría, en ese instante la vida no podía terminar y no existía vida más grande que la nuestra, el tiempo se había detenido y la noche abría paso a que fuéramos adolescentes, hicimos amigos, enemigos, recuerdos...

Aprendimos, caímos, y aunque me encanta mirar hacia atrás a mi época inmortal, la vida sigue, y es esta la etapa que verdaderamente vale, cuando nos dimos cuenta que nada era eterno: ¿quienes se quedaron? Esos valen la pena.

Cuando nos dimos cuenta que no podíamos volar: ¿Quienes aprendieron a caminar junto a nosotros?. Cuando las heridas comenzaron a doler y nos brotaba la sangre ¿Quienes curaron sus cicatrices junto a las nuestras?

Definitivamente nos dimos cuenta que no éramos inmortales, pero aprendimos a vivir, a caminar, a cicatrizar, escogimos nuestros compañeros de guerra, nuestros soldados, y fue así como iniciamos la batalla.