Y es que hace tiempo dejé de esperar, porque esperar te
lleva a sentirte olvidado, a sentir la desesperación, el ahogo, el terror de
que algo nunca llegue. Dejé de esperar cuando me di cuenta que no podía
soportar ver una vez más como algo llegaba “tarde” otra vez, porque si dejaba
de esperar cualquier tiempo iba a ser el correcto.
Siempre esperé más, esperé que me quisiera, que me escogiera
a mí, que me llamara a mí, que me buscara a mí, pero nunca paré para pensar si
era lo que me tocaba. Nunca paré para pensar cómo podía ser posible querer a dos
personas al mismo tiempo pero de tan diferente manera.
Lo odié, le guardé odio en mi corazón, odio porque no
soportaba asfixiarme cada vez que lo veía, que mis corazón se acelerara, que un
simple toque suyo me hiciera olvidar todo lo que había hecho mal, que las
lágrimas se me atoraran en la garganta cuando me daba cuenta de su ausencia, odio porque me había mentido
cuando dijo que me quería, odio por haberme buscado, por lastimarme cuando no
tenía intención de quedarse conmigo, y finalmente le guardé odio porque había
prometido no volver a sentirme así por nadie
nunca más.
Y entonces ahora me voy dando cuenta que sólo lo odié porque
alguna vez lo quise lo suficiente para que todo lo que yo sentía por él me
rompiera el alma y me hiciera odiarlo, pero ¿qué es el odio si no amor que no
supo encontrar su destino? En ese momento lo entendí, él no me tocaba, tenía
que dejar de esperarlo, porque eso fue lo que rompió mi alma, esperé algo de
alguien que no podía dármelo, él me quería indudablemente y al igual que yo,
probablemente no estaba listo para dejar ir, pero no estábamos hechos el uno
para el otro. Fue mi amor, mi amor fugaz y probablemente siempre lo vaya a querer.
“Lo voy a querer como se quieren ciertas
cosas oscuras, secretamente entre la sombra y el alma” (P.Neruda).
“Y debo decir que confío plenamente en la casualidad de
haberte conocido. Que nunca intentaré olvidarte, y que si lo hiciera, no lo
conseguiría. Que me encanta mirarte y que te hago mío con solo verte de lejos.
Que adoro tus lunares y tu pecho me parece el paraíso. Que no fuiste el amor de
mi vida, ni de mis días, ni de mi momento. Pero que te quise, y que te quiero,
aunque estemos destinados a no ser.” J. Córtazar.